En sus inicios la danza del parto, danza de la fertilidad, o danza de la hipnosis fue un ritual para conectar a las mujeres desde su centro más vital, el vientre. En muchas culturas la mujer se vio opacada por el patriarcado, por lo que el núcleo femenino ha debido buscar herramientas para emanciparse, o lograr tener influencia en el otro dominante, sin dejar de hacer creer al grupo masculino que ellos tenían el poder. Por ello se han considerado hechiceras, mujeres malditas o fatales, pues la sensualidad que irradia el vientre fértil de una mujer ha provocado el deseo y el odio de muchos hombres.
Para muchos la danza del vientre es simple sensualidad. Y lo es. Es eso y muchísimo más. Pero claro que conlleva un despertar de sentidos y deseos, pues la mujer en conexión con su vientre es un ser en extremo atractivo e inentendible para otro ser. Pero también puede ser un motor para la fertilidad de los deseos en mi vida, y puede ser una flor que fertiliza mi paz interior, mi belleza y mi equilibrio. También puede ser pasión avasalladora cual huracán sin sentido. Puede ser el canal para desviar la energía que nos daña, y puede ser la terapia para encontrarme nuevamente. Puede ser el rito para endulzar la concepción de un hijo o hija, o puede ser el amor bello entre dos amigas.
La femineidad lésbica inquieta a quienes las definen fuera del concepto “real” de mujer, pero sabemos que es una de las tantas formas de ser mujer que surgen en este mundo, y es imprescindible lograr ese momento en que ya no sea consigna de lucha la búsqueda de un espacio digno del lesbianismo en la sociedad. La feminidad masculina también inquieta, sobretodo al propio hombre que la conoce. Para muchos es un secreto, para otros es una virtud que complementa su virilidad, o tal vez una consigna de sensibilidad y estética para la homosexualidad.